Una mala noticia se divulgó en diciembre del año
pasado para la educación argentina. Según los datos del Tercer Estudio
Regional Comparativo y Explicativo (Terce) de la Unesco, la tasa de
abandono aumentó en el nivel primario el 1,8% (del 5,1% en 2006 al 6,9%
en 2011), mientras que en la mayor parte de los países de la región
(Chile,Uruguay, México) el abandono decreció.
Hasta ahora, el
abandono en la Argentina era un problema grave en la secundaria, (más
del 50% de los alumnos no se recibe), pero nunca lo había sido a nivel
primario, lo que resulta sumamente preocupante y marca un deterioro
importante en el sistema educativo. Al mismo tiempo, si bien los
resultados en las pruebas del Terce mostraron en todos los países de la
región una mejoría, en el caso argentino ésta fue inferior
comparativamente; muy modesta en matemáticas y ciencias naturales y
prácticamente nula en lengua, por lo cual subsiste aún el problema de la
falta de calidad en la educación, y se añade ahora, con el abandono en
la primaria, otro problema de inclusión que nunca había existido en este
nivel.
¿Cómo solucionar estas carencias? El informe de la Unesco destaca un
hecho de importancia y es que el factor que más contribuye a que los
chicos no abandonen la escuela y aprendan es la participación de los
padres y el apoyo de la familia en la educación de los hijos. Por cierto
que éste no es el único factor que incide en el aprendizaje y en el
rendimiento de los alumnos, pero es uno de los más importantes y debería
ser tenido en cuenta muy especialmente en el diseño de una política
pública que nos permita superar los problemas señalados: la falta de
inclusión y de calidad educativa.
Ya Coleman decía en 1966 como
conclusión de su famoso informe educativo para los Estados Unidos, que
la escuela tenía muy poca influencia en el desempeño académico de los
estudiantes, mientras que el nivel socioeconómico de la familia tenía
una importancia excluyente. Sostenía que el medio ambiente y los
antecedentes familiares no constituían una entidad única y que hay que
distinguir entre capital financiero, capital humano y capital social. El
primero incluye todos los recursos monetarios que se aplican a la
educación de los hijos; el segundo, abarca el conjunto de conocimientos,
actitudes y valores de los padres, y el tercero (capital social) está
constituido por la calidad de las relaciones familiares que inciden en
la educación de los hijos. El capital social familiar es fundamental,
pues cuanto mayor sea la interacción de los padres con sus hijos, mayor
rendirá el capital humano de aquellos y a la inversa. Por cierto que las
conclusiones de Coleman deben ser matizadas, sobre todo en lo que se
refiere a la muy poca influencia que le otorga a la escuela, pues como
sostienen muchos otros autores, esta afirmación no puede ser tomada en
forma absoluta para los países menos desarrollados, en los que puede
influir un poco menos el hogar y un poco más la escuela en los
rendimientos educativos.
En similar sentido, creemos que la
importancia de la familia es mayor en el nivel primario que en el
secundario, donde pasa a desempeñar un papel más importante la escuela,
especialmente los docentes y la organización escolar.
Sin embargo,
no deja de ser cierto para cualquier país que la familia es un factor
determinante en la educación de los hijos, no sólo en lo que se refiere a
la calidad educativa, sino también en aspectos cuantitativos, tales
como la escolarización, la deserción y la repitencia, como bien dice
Llach. Los estudios sobre los determinantes de la calidad de la
educación, nos dice el mismo autor, muestran que las variables que más
influyen en ésta son las siguientes: nivel socioeconómico de los padres
(NES), ingreso familiar, educación de los padres y particularmente de la
madre, presencia de uno o ambos padres, tamaño de la familia, número de
libros en el hogar y rendimiento cognitivo previo. Incidencia de la
Asignación Universal También es verdadero -como dice Tiramonti- que las
familias tienen posibilidades materiales y simbólicas muy diferentes
para apoyar la escolaridad de sus hijos. En nuestra opinión, si bien es
cierto que asegurar la equidad educativa requiere una escuela más
fuerte, no es para quitarles a las familias más pobres el papel
fundamental que les atañe en la educación de los hijos, sino para
potenciarlas y ayudarlas a cumplir cada vez y mejor su cometido.
En
este orden de ideas, el diseño de una política pública que fortalezca a
la familia es sumamente importante. En este sentido, la Asignación
Universal por Hijo con la obligación para los padres de mandarlos a la
escuela, ha permitido en el período 2010/2012 que muchos alumnos
secundarios que la habían abandonado volvieran a ella. Este fenómeno se
dio con menor incidencia en la primaria, ya que en esa fase educativa
hay una cobertura mucho mayor que en la secundaria, según sostiene el
Observatorio de la Deuda Social de la UCA, en julio de 2013. Asimismo,
el aumento de las asignaciones familiares por escolaridad, el
otorgamiento de becas a alumnos de escasos recursos de escuelas de
gestión pública estatal y privada, la fijación de políticas
empresariales que contribuyan a la conciliación familiar y laboral, las
ayudas sociales a familias numerosas y monoparentales, la creación de
bibliotecas populares, una mayor participación de los padres en
asociaciones y cooperadoras escolares y la educación en valores son
todas acciones directas e indirectas que pueden ayudar
significativamente a fortalecer el papel insustituible de los padres y
de la familia en la educación de los hijos.
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